Antes de iniciar sus vacaciones, y aprovechando la fecha emblemática de los 100 dias del nuevo gobierno, Zapatero y Rajoy han departido en Moncloa sobre lo divino y lo humano. El lavado de cara del congreso nacional de los populares y el alejamiento de los socios separatistas en la nueva legislatura socialista han propiciado que el encuentro tuviese un tono diferente al que nos tenian acostumbrados ambos prohombres.
El registrador de Santa Pola acude a Moncloa tras la pantomima en la tierra de las chufas, una vez reafirmado en su controvertido liderazgo y oportunamente silenciados los ya tristemente famosos ausentes y disidentes, pero materializados en los espectáculos de los congresos regionales de Cataluña y Baleares. En el otro lado ZP, el de la desaceleración económica, crisis para los que no cantamos aquello de la alegria de Sabina y los subvencionados, y con los ecos aún recientes del último, y magistral golpe, a los terroristas de ETA.
Ambos se han saludo y sonreido, relamiéndose del nuevo clima propiciado por la estrategia nova de Mariano, el eterno aspirante, glosada oportunamente por los medios adscritos a la izquierda. Dos horas y media de encuentros y aciertos en temas capitales como la lucha contra el terror (los antiguos discipulos del hombre de paz) la renovación del Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, entre otros.
No seré yo el que critique que los partidos nacionales lleguen a acuerdos de Estado y arrinconen a los necios. La unidad de acción es precisa, más aún si cabe en momentos de incertidumbre, pero una cosa es esa y otra orquestar un romance estival.
Es cierto que los socialistas en esta legislatura no van a tener el yugo insaciable de los nacionalistas, y eso es bueno para los intereses generales (tal vez haya menos disparates estos cuatro años) pero ZP ya nos ha demostrado de que es capaz; lo ha hecho pactando con el terror, excarcelando y encarcelando, ojo al matiz, a asesinos en base a razonamientos esencialmente politicos, algo impensable en un Estado de Derecho, removiendo el pasado y amoldandolo a sus ensoñaciones, en definitiva no es nuevo, mostró su verdadero talente, no el predicado, hace ya tiempo.
En el otro lado Rajoy, con ese déficit democrático que arrastra desde Valencia, unido a su historial de derrotas electorales. Ahora pone en práctica la peligrosa estrategia del simpatiquismo, olvidando que la principal misión de la oposición no es el buenismo sino la critica y fiscalización del partido gubernamental, más aún en tiempos inciertos como los presentes.
Los acuerdos en temas capitales son vitales si, pero los romances estivales suelen ser efimeros.
El registrador de Santa Pola acude a Moncloa tras la pantomima en la tierra de las chufas, una vez reafirmado en su controvertido liderazgo y oportunamente silenciados los ya tristemente famosos ausentes y disidentes, pero materializados en los espectáculos de los congresos regionales de Cataluña y Baleares. En el otro lado ZP, el de la desaceleración económica, crisis para los que no cantamos aquello de la alegria de Sabina y los subvencionados, y con los ecos aún recientes del último, y magistral golpe, a los terroristas de ETA.
Ambos se han saludo y sonreido, relamiéndose del nuevo clima propiciado por la estrategia nova de Mariano, el eterno aspirante, glosada oportunamente por los medios adscritos a la izquierda. Dos horas y media de encuentros y aciertos en temas capitales como la lucha contra el terror (los antiguos discipulos del hombre de paz) la renovación del Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, entre otros.
No seré yo el que critique que los partidos nacionales lleguen a acuerdos de Estado y arrinconen a los necios. La unidad de acción es precisa, más aún si cabe en momentos de incertidumbre, pero una cosa es esa y otra orquestar un romance estival.
Es cierto que los socialistas en esta legislatura no van a tener el yugo insaciable de los nacionalistas, y eso es bueno para los intereses generales (tal vez haya menos disparates estos cuatro años) pero ZP ya nos ha demostrado de que es capaz; lo ha hecho pactando con el terror, excarcelando y encarcelando, ojo al matiz, a asesinos en base a razonamientos esencialmente politicos, algo impensable en un Estado de Derecho, removiendo el pasado y amoldandolo a sus ensoñaciones, en definitiva no es nuevo, mostró su verdadero talente, no el predicado, hace ya tiempo.
En el otro lado Rajoy, con ese déficit democrático que arrastra desde Valencia, unido a su historial de derrotas electorales. Ahora pone en práctica la peligrosa estrategia del simpatiquismo, olvidando que la principal misión de la oposición no es el buenismo sino la critica y fiscalización del partido gubernamental, más aún en tiempos inciertos como los presentes.
Los acuerdos en temas capitales son vitales si, pero los romances estivales suelen ser efimeros.
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